Una serie de informes revela que los fraudes, las estafas y la corrupción, provino de ambos lados del conflicto con $19 mil millones que se esfumaron solo en una década. Un junta independiente creada por el Congreso en 2008 seguirá investigando los gastos y errores del conflicto, incluso tras de la retirada.
Era tan voraz la corrupción, el fraude y despilfarro en el itinerario de la guerra en Afganistán, que los funcionarios estadounidenses muchas veces desconocían de qué partida provenía el dinero robado, se veían obligados a callar para mantener lealtades, no dañar alguna operación vital, se negaban a reconocer errores, o simplemente estaban abrumados ante tanto caos.
El Gobierno de Estados Unidos ha gastado ya 20 años y 145.000 millones de dólares en intentar reconstruir Afganistán, sus fuerzas de seguridad, las instituciones civiles del gobierno, la economía y la sociedad civil.
Es una sangría de dinero de los contribuyentes separada de lo que en sí significó conducir y sufragar la guerra.
El último informe del Departamento de Defensa sobre el coste del conflicto, fechado el 31 de marzo de 2021, indicaba que las obligaciones acumuladas para Afganistán, incluyendo la lucha contra la guerra y la reconstrucción por parte de Estados Unidos, alcanzaron los 837.300 millones de dólares con un costo humano de 2.443 soldados estadounidenses muertos y 20.666 que resultaron heridos.
Pero las estimaciones del costo de esta guerra durante los últimos 20 años oscilaron entre un mínimo de $ 1 trillón hasta un grupo de expertos en una universidad que dice $ casi 3 trillones. Eso es entre $ 150 millones y $ 300 millones por día, según el presidente Joe Biden.
Para tener una idea de la magnitud de esta cifra, Biden solicitó al Senado 3 trillones de dólares para su Ley de Infraestructura para la próxima década, pero solo se aprobó 1 trillón que ahora debe dar el último paso en el Congreso.
Los países aliados que se sumaron estos años a la misión, perdieron unos 1.100 soldados. Y los afganos se llevaron la peor parte con más de 20 mil uniformados muertos en conflicto.
La caída del gobierno afgano el 15 de agosto y la subsiguiente toma del país por parte de del Talibán, fue consecuencia de una suma de factores y fallas operacionales sobre cómo Estados Unidos administró la invasión desde 2001 en todos los aspectos.
“Los eventos que estamos viendo ahora son una triste prueba de que ninguna cantidad de fuerza militar lograría jamás un Afganistán estable, unido y seguro, conocido en la historia como el cementerio de los imperios”, admitió el presidente Joe Biden desde la Casa Blanca el 16 de agosto después del colapso del gobierno afgano ante los talibanes.
Una de las tantas interrogantes desde ahora es quién y cómo se supervisará el dinero que quedó en Afganistán destinado a los programas de reconstrucción o cómo se dará curso a las investigaciones contra fraudes y corrupción, porque ningún informe oficial hasta ahora imaginaba que el Talibán tomaría el poder del país.
Gastos en seguridad/incluye antidrogas | 88 mil 600 millones de dólares |
Gobernanza y desarrollo | 32 mil 500 millones de dólares |
Ayuda humanitaria | 4 mil 100 millones de dólares |
Operaciones de agencias | 15 mil 900 millones de dólares |
Total de gastos | 144 mil 900 millones de dólares |
América llegó a un país rural, de tribus, donde incluso el idioma y los dialectos fueron una adversidad poderosa para la comunidad de inteligencia, los soldados y los diplomáticos, de acuerdo con una revisión que el Proyecto ITEMP hizode los seis últimos informes del curso de la guerra realizados por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, o SIGAR.
El último reporte, fechado el mismo 16 de agosto cuando ya los talibanes controlaban el país, admitía que “la presión (a los funcionarios estadounidense) para producir buenas noticias socavó el desempeño de los programas al desalentar evaluaciones honestas para solucionar los problemas”.
El informe SIGAR sobre las lecciones aprendidas en materia de seguimiento y evaluación resumió los motivos de esta presión como “un exceso de optimismo, un impulso institucional para producir buenas noticias y el imperativo de mostrar los avances a tiempo para servir a los fines de diversos calendarios políticos”.
Existen tantas conclusiones y anécdotas sobre Afganistán que la realidad a veces salta a lo inimaginable.
Como el hecho de que la CIA y el Departamento de Defensa inundaron el país con millones de dólares en efectivo que luego fueron a parar a manos de criminales, de los grupos del Talibán, o simplemente se lo llevaban los corruptos en maletas cuando viajaban en avión o carro fuera del país, de acuerdo con uno de los reportes.
La Casa Blanca estaba al tanto, el Congreso también, la CIA sin duda, el Departamento de Defensa antes que nadie.
Estas conexiones, entonces, ayudan a comprender por qué la premura por salir de una guerra inviable, más allá de las consecuencias humanas, política y diplomáticas que ha traído hasta el momento.
Conspiradores que buscaban ganar millones aportando información falsa. Mansiones en la arruinada Kabul en manos de narcos del opio, contratistas que mentían sobre sus experiencias para programas de reconstrucción, soldados americanos que robaban equipos de guerra y costosas provisiones, generales afganos que no pagan a sus soldados, hasta un extalibán que recogía dinero de la CIA para costear su lealtad.
Los fraudes, las estafas, la corrupción, provino de ambos lados, cada uno a su modo y con sus tácticas, muestran las notas del Departamento de Justicia. La premisa era aprovechar la reconstrucción de Afganistán para ganar la guerra mientras podías hacerte rico.
“Toda esa corrupción significó, incluso, que el número de tropas afganas, como citaba Biden de 300 mil uniformados, fuera enormemente exagerado”, escribió Max Boot un historiador y experto en seguridad nacional en el Council on Foreign Relations.
El proyecto del Washington Post sobre los Papeles de Afganistán encontró que de los 352.000 soldados y policías contados como miembros de las fuerzas de seguridad del país, solamente 254,000 pudo ser confirmado por el gobierno afgano.
Los comandantes no solo crearon "soldados fantasmas" para rellenar sus nóminas, sino que también robaron la paga de los soldados en servicio y no entregaron los suministros necesarios, informó el Post.
“En gran medida, esa corrupción fue posible gracias a las formas de gasto libre de Estados Unidos. Los intentos de Estados Unidos de luchar contra la corrupción fueron, por el contrario, poco entusiastas e ineficaces”, criticó Boot.
En las dos décadas de invasión la sucesión de casos entorno al conflicto fueron abordadas por distintas agencias y departamentos del gobierno estadounidense que debían controlar el dinero de la guerra.
Los afganos trataron de hacer su parte en la lucha contra la corrupción con órdenes de arrestos, investigaciones criminales, ahora la duda es si el gobierno que nazca de un régimen talibán continuará con estas pesquisas.
Según el Departamento de Justicia, el gobierno afgano entregó 189 órdenes de arresto y citaciones por casos de corrupción entre el 1 de abril y el 20 de junio de 2021. De estos, 22 casos de corrupción fueron remitidos al Centro de Justicia Anticorrupción (ACJC).
Durante este mismo período de tiempo , la ACJC, creado a instancias de EEUU, investigó y procesó a cinco generales, tres miembros de la cámara alta del parlamento, cuatro alcaldes y dos miembros de consejos provinciales, dijo el SIGAR en su reporte de agosto.
Leer las conclusiones de los últimos informes es demoledor porque recogen la frustración de funcionarios anónimos ante cada misión emprendida con la apenas certeza de que algo bueno podría ocurrir.
Por eso a muchos no le sonó extraña la confesión del señor Biden cuando dijo que la “misión en Afganistán nunca debió haber sido la construcción de una nación. Nunca se supuso que estuviera creando una democracia unificada y centralizada”.
Cuando el Congreso creó en 2008 la Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), el objetivo de la agencia era investigar el fraude y el despilfarro.
“Según la estimación más reciente de SIGAR, casi $19 mil millones (de $63 mil millones revisados) se perdió por fraude, despilfarro y abuso entre 2008 y 2019”, dijo Lauren Mick, una portavoz del SIGAR consultada por ITEMP.
Pero fue un proyecto especial, titulado “Lecciones aprendidas”, para diagnosticar fallas políticas de la guerra, el que ahondó en detalles que ocultaron las sucesivas administraciones desde 2001 al pueblo estadounidense.
Y si bien el informe no reveló nombres clave o detalles de entrevistas necesarias para comprender algún hecho, al final salieron a la luz estos secretos gracias a una demanda de información que ganó The Washington Post en 2019.
Entre armas y tratamientos
El Proyecto de Costes de la Guerra del Instituto Watson de la Universidad de Brown estimó los costes de la guerra de Afganistán en 2,26 trillones de dólares, muy por encima de la estimación del Departamento de Defensa (DOD) de 1,5 trillones.
El estudio incluía los gastos del DOD y de las agencias civiles en Afganistán y Pakistán, una parte de los costes desde los atentados del 11 de septiembre por encima de una cantidad de referencia, los costes médicos y de discapacidad de los veteranos y los intereses de los préstamos relacionados con la guerra.
En detalle, unos 296 mil millones de dólares se van en asistir a los veteranos y 530 mil millones para intereses sobre los préstamos del Tesoro, según el informe del Watson del cual el SIGAR toma distancia, pero sin refutarlo.
Más se perdió en la guerra
Si imponer un régimen occidental moderno sobre una nación pobre y profundamente tribal resultó el peor ensayo del nuevo siglo, los hechos hablan por sí solo dos décadas después.
Pero de nuevo, hay una realidad no menos aterradora en esa búsqueda de objeciones a lo que acaba de ocurrir: la corrupción que envolvió la guerra.
Las últimas cuatro administraciones en la Casa Blanca, desde George W. Bush que lanzó la invasión a Afganistán en el marco de la “Guerra contra el Terrorismo” en respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001, hasta llegar al presidente Donald Trump que firmó el acuerdo para la retirada estadounidense de Afganistán, vieron cómo el dinero de los contribuyentes se evaporaba en ese conflicto.
Gert Berthold, un contador forense que sirvió en un grupo de trabajo militar en Afganistán durante el apogeo de la guerra, de 2010 a 2012, dijo al Washington Post que ayudó a analizar 3.000 contratos del Departamento de Defensa por valor de 106.000 millones de dólares para ver quién se estaba beneficiando.
La conclusión fue que alrededor del 40% del dinero terminó en los bolsillos de insurgentes, sindicatos criminales o funcionarios afganos corruptos.
Desde este momento la retirada de las fuerzas militares estadounidenses y de la coalición y las reducciones de otro personal estadounidense en Afganistán complicarán la tarea crítica de supervisar los fondos estadounidenses que aún se destinan a los programas de reconstrucción en ese país. Pero es un riesgo que la Casa Blanca decidió tomar.
Los funcionarios de la administración no se atreven de momento a predecir cómo quedará la relación con el Talibán y el gobierno que resulte en ese país tras la salida definitiva de las tropas estadounidenses el 11 de septiembre.
El Consejo de Seguridad Nacional no respondió a una solicitud de información y el Departamento de Defensa declinó hacer comentarios sobre este asunto.
La señora Mick, la portavoz de SIGAR, dijo que la agencia “planea continuar supervisando los fondos de reconstrucción en Afganistán. El mandato de la agencia no está vinculado al número o la presencia de tropas estadounidenses en el país, sino a los fondos asignados para este fin”.
Mea Culpa en medio del caos
Con el objetivo de ganar la guerra contra el terrorismo a medida que el talibán daba la batalla, la Casa Blanca pensó que la “occidentalización” rápida y hasta forzada de Afganistán podría contribuir a vencer al enemigo. Pero erró en sus cálculos al darse cuenta de que imponer un modelo, por más justo que pareciera, no era la opción correcta.
“El gobierno de Estados Unidos también impuso con torpeza los modelos tecnocráticos occidentales a las instituciones económicas afganas; Fuerzas de seguridad capacitadas en sistemas de armas avanzados que no podían comprender, y mucho menos mantener; impuso un estado de derecho formal en un país que abordó del 80 al 90% de sus disputas por medios informales; y a menudo luchó por comprender o mitigar las barreras culturales y sociales para apoyar a mujeres y niñas”, dice uno de los informes SIGAR publicados en marzo de 2021.
“La falta de conocimiento a nivel local significaba que los proyectos destinados a mitigar el conflicto a menudo lo exacerbaban, e incluso financiaban a insurgentes sin darse cuenta”, añadía el documento.
Durante estos días se oye por televisión el lamento de los afganos por la corrupción e incompetencia del antiguo gobierno que hasta hace una semana los representaba.
Los Estados Unidos estaban al tanto de esta situación, pero la dinámica del conflicto, los protagonistas involucrados y lo que estaba en juego, hizo que ignorara esos mismos factores que terminaron configurando el ascenso del talibán.
Las lecciones aprendidas sobre cada hecho que envolvió la guerra de Afganistán son una carga en la historia estadounidense. Entrar en el debate objetivo de quién es el culpable del retorno del talibán luce sencillo si solo se piensa en el concepto de poder y subordinación.
La realidad, sin embargo, es mucho más compleja porque proviene de la realidad del país, su idiosincrasia, una dinámica que nunca se entendió y ahora es tarde.